Ese año trabajé con Rene León, el eterno y leal empresario de Serrat y de Paco de Lucía. Le gustaba Sabina y, aunque te peleaba el dinero, era un señor responsable y cuidadoso. En esa ocasión se hospedaron en el hotel Cristal de la Zona Rosa y a Joaquín le tocó hacer mucha promoción, pues la gira coincidía con un nuevo disco. Cuando llegaron, los besos, abrazos y regalos de rigor, pero pronto empezaron las quejas: que sí el transporte no era bueno, que sí las habitaciones eran muy pequeñas, etc. Lo de siempre, con la diferencia de que ahora Lucena les enviaba a quejarse directamente conmigo. Hasta entonces, él era el que filtraba los lamentos y después me los comunicaba con cierta lógica. También me pidió una cantidad de dinero para Joaquín y me dijo que lo guardara yo y que cuando fuese necesario, pagara las cuentas del artista. Eso equivalía a decirme, te haces cargo de Joaquín que yo desaparezco. Y así fue.
Las ventas de taquilla no iban bien, le pedí a Paco que Sabina diera más entrevistas, pero me mandó directamente a negociarlo con él. Era evidente que había más de un problema entre los dos, pero yo no quise preguntar. Le hablé a Joaquín de la realidad de las ventas y se comprometió conmigo a un día de promoción, lo que yo quisiera de las doce a las siete de la tarde, luego tendría que invitarlo a cenar. Joaquín cumplió la parte de su trato y yo, la mía. Daniel Castañón, que era el label manager de BMG en esa época, me había llamado por la tarde para decirme que Fito Paez estaba en México y que quería conocer a Joaquín; que si podíamos quedar esa noche a cenar. Me pareció perfecto el plan. Lo comenté con el artista y aceptó. Quedamos de vernos en el restaurante El Candelero, que nos gustaba mucho. También por la tarde me llamó un buen amigo periodista, Carlitos Meraz, que quería una exclusiva de Sabina para el Reforma. A mí siempre me apoyaba y me sacaba notas de mis otros artistas y tenía el deber moral de conseguirle la entrevista, pero no había tiempo material de hacerla hasta después del concierto, lo cual a Meraz ya no le servía de nada. Le expliqué que al día siguiente era el concierto y que por la mañana, a primera hora, Joaquín ya hacía aceptado, excepcionalmente, una entrevista con Guillermo Ortega en la televisión. Después ya no haría nada más y me era imposible negociarlo con él. Me pregunto que si sería posible por la noche y le dije que tampoco, ya nos habíamos comprometido con Fito y no se podía cancelar. ¿Y en dónde van a cenar? Me preguntó. Ingenuamente, le respondí.
A la mañana siguiente, en primera plana y a todo color, en el periódico más vendido en México, se publicaba una gran fotografía, la que, hasta entonces, más escándalo había suscitado en México y parte del extranjero: Sabina y Fito se besaban en la boca. Resulta que mi querido amigo periodista investigó y reservó la mesa de al lado nuestro. Resulta que a pesar de que Castañon y yo le conocíamos perfectamente, ambos nos hicimos tontos. Resulta que Meraz cenaba con su fotógrafo y que, a la hora de los postres, se acercó y saludo a los dos artistas: a uno, Joaquín, que estaba harto de la prensa, y al otro, Fito, que estaba ávido de ella. Resulta que Joaquín me miró y me dijo: ¿quieres promoción? , abrazó a Fito y le plantó el beso. Resulta que el fotógrafo, que era muy bueno, captó la imagen. Resulta que sin pretenderlo, le di al periódico una exclusiva de verdad que dio la vuelta al mundo. Resulta que de ahí nació un breve pero intenso romance musical que se saldó con un disco y una frustrada gira de ambos dos: Enemigos Íntimos. Resulta que desde entonces, no se hablan.
Pero ahí no quedó todo. Después de cenar nos fuimos a Garibaldi. Joaquín estaba deseoso de enseñarle a su nuevo pupilo los secretos de la ciudad, pero el Tenampa estaba cerrado, así que nos tuvimos que meter a un antro más pequeño y más decrépito. Una chica vestida de lentejuelas y sombrero de mariachi cantaba paloma negra, pero al reconocer a Sabina decidió cantar y nos dieron las diez. Esto a Joaquín, que le pasaba a menudo — con el pianista del bar de turno, el trío del restaurante, un chico guitarra en mano — le daba mucha vergüenza, aunque estoy segura de que, en el fondo , le llenaba de infinita satisfacción ser parte del repertorio del viejo pianista. En la mesa que nos quedaba justo detrás había dos policías uniformados, con pistola reglamentaria. Se tomaban unas copitas mientras nos miraban con curiosidad, hasta que la dueña del bar les dijo algo al oído, entonces sonrieron y brindaron con nosotros. Incluso, uno de ellos, se acercó a saludarnos y a ofrecerse “pa´lo que haga falta, jefecito”. Joaquín les invitó a un par de tequilas más. Sin embargo, eso puso muy nervioso a Fito, pero Joaquín le explicó que eso era parte del país que venía a descubrir. La cantante, que era más bien guapa, coqueteaba con descaro con el autor de la canción que no dejaba de cantar y así terminó sentada en nuestra mesa. Fito me miraba con extrañeza, pues yo ni me inmutaba. Este juego ya lo había vivido muchas veces y de lo único que me tenía que asegurar era de que llegaran sanos y salvos al hotel. Mientras tanto yo conversaba con el manager del argentino, con Daniel de la disquera y me reía con Joaquín. Cuando la chica guapa y cantante tuvo que volver a su labor, Fito, en un arrebato de moralidad, le preguntó a Joaquín si no le importaba estar ligando con otra delante de su chica. “¿Qué chica?” – respondió. Paez me señaló, a lo que, tras una sonora carcajada, Joaquín le aclaró que yo no era su chica, que era la responsable de sus asuntos en México y, como si en ese momento lo reflexionara por primera vez, se dirigió a mí: “Oye, es verdad, ¿por qué tú y yo nunca nos hemos enrollado? – preguntó. Muerta de la risa, le respondí: “pero Joaquín, a estas alturas nos conocemos demasiado ¿Qué mentiras nos íbamos a contar?” Todos celebraron mi ingeniosa respuesta, a la que mi amigo remató diciendo “es verdad, a las groupies, a mi groupie no me la puedo follar” .
A partir de esa noche, Fito y su manager me tiraron varios anzuelos para que me hiciera cargo de su carrera en México, pero nunca lo hice, entre otras cosas, porque de él nunca sería una groupie.
La entrevista con Guillermo Ortega la tuve que cancelar a las ocho de la mañana ya que Joaquín seguía encerrado en su habitación de hotel con Fito y los demás. Así que en el noticiario de la mañana, el de primera audiencia y con toda la rabia que les pudo dar la cancelación de la entrevista por “razones de salud”, ignorante yo de que la foto del beso había sido publicada, Ortega se despachó a gusto contra Sabina, por su “falta de moralidad y reprobable actitud, por no hablar de su evidente falta de profesionalismo”. Las ventas subieron en seguida...
1 comentario:
Vaya, estas historietas de managers son de lo más interesantes...... me sé alguna de estas , pero vale más el ser humano por lo que calla que por lo que cuenta....... pero está bien que alguien cuente.............bueno, esto. V
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