“Algunos medios tienden a frivolizar mi figura y alivianar la idea de lo que digo. Otros me recriminan un estado de gracia”, dijo el muchacho a modo de reacción.
Se conocieron el 11 de Febrero de 1991 en una fiesta de disfraces en José Ignacio, un pueblo cercano a Punta del Este, que había organizado un amigo de los dos que cumplía años, el fotógrafo Alejandro Kuropatwa. Fito había llegado en compañía de la actriz Divina Gloria y otra amiga llamada Sonia, y arrastraba un secreto: venía de contagiarse con ladillas y pulgas en una casa de caballito apestada de mugre. No llevaba disfraz. Fito era Fito.
Cecilia no estaba precisamente juntando margaritas del mantel, mas bien su figura sobresalía en medio de la gente, en plena madrugada, con una copa de champagne en la mano. Simulaba ser una deshollinadora y cuando se cruzó con Páez, lo saludó:
- Hola-, le dijo ella, abriendo el juego de seducción.
- Hola-, balbuceó él, sorprendido de estar hablando con una de las actrices fetiches del director de cine español posfranquista, Pedro Almodóvar.
Ella extendió su copa y se quedaron charlando. El no buscaba a nadie pero la vio. Aún no sabe si es un ángel o un rubí. Fito recuerda ese instante gráficamente “apareció y nos quedamos pegados ¿viste cuando la gente se ve y se quiere para siempre?”.
Charlaron un rato, mientras la música de Prince convocaba a los cuerpos de los visitantes a aventuras placenteras. Como en un juego de adolescentes y antes del final de la fiesta, Fito le arrancó un compromiso: volver a verla. Cecilia reaccionó con un hasta mañana, a la hora señalada.
Como todos los mortales eligieron el cine como excusa para continuar la relación. Cecilia llego a la cita con una amiga, pero Fito –que llevaba Walkman en la cabeza- no se inmutó. Adentro esperaba Robert Redford en “Havana”. Ella llegó muerta de miedo porque estaba en una situación un tanto complicada sentimentalmente: en pocos días se casaría con Gonzalo Gil, por lo que era mejor ocultar el encuentro al ausente. La noche terminó como empezó: cada uno a su casa.
En su habitación, Cecilia abrió su bolso y extrajo el cassette que le había prestado Fito cuando se despidió. Ella se convertía así en una de las primeras en escuchar los temas nuevos, apenas una primera versión a la que le faltaba la tecnología de estudio. Buscó un Walkman, se coloco los auriculares y escuchó el sonido de “Tumbas de la gloria”, otro de los temas que hablan de Rosario desde la nostalgia, el dolor y la ausencia.
Cuando terminó de escucharlo, pensó en voz alta “alguien que puede escribir así quiero que sea mío”. Y lanzó una sonrisa picara. Ocho meses después su matrimonio se disolvía y comenzaba la relación pública con Fito.
“Es imprevisible, desordenado, es una suerte haberlo conocido”, entiende ella…
…-A Fito no lo conocía… creo haberlo visto una vez en un programa de Jorge Guinzburg en Canal 13.
-¿Te das cuenta? No sabía ni qué hacía yo. La gente es así…
-Pero te empecé a escuchar después.
-Yo en cambio si era fan de ella. Me gusto Pedro y la película que más disfruté fue “Laberinto”, que tenía a Cecilia como protagonista.
-Digamos que encontraste a la mujer de tu vida.
-Podría ser tranquilamente la mujer de mi vida. Dudo que yo sea el hombre de tu vida.
Aún le causa risa que una mujer tan hermosa haya reparado en él. A veces, dice, cree estar viviendo la vida de otra persona.
Para las revistas sentimentales Fito dejaba de ser un músico marginal y era expuesto como un muchacho enamorado de una actriz con centimil propio. El reniega de esa visión porque entiende que siempre hay alguien que trata de justificar las cosas. Y arremete: “lo de Cecilia fue un legado del destino maravilloso. Por medio de ella volví a tener momentos felices y a recuperar cosas que las tenía dejadas de lado. Como disfrutar de la sencillez de estar tirado en la cama viendo una película. Cecilia es una mujer con una sensibilidad extraordinaria, exquisita y ordenada. Además del amor tiene esas virtudes rarísimas”. Páez, alguna vez anoréxico, terminó engordando cinco kilos “Es la curva de la felicidad”, dice, irónico, mientras recorre su mano por su estomago.
Cuando su pareja se sienta a componer, Cecilia, que le regalara que un piano Steinway cuando cumplió 30 años, dice que se transforma en una locomotora. “Cuando lo vi por televisión fue un flash, ahora que lo tengo a mi lado digo que es un personaje fantástico, apasionado por lo que hace”…
… Desde aquel verano del `91, ambos comparten la música, las actuaciones, el cine, en medio de una unión que, al decir de uno de ellos es el producto de una hermosa inestabilidad fusionada con una revuelta amorosa.
Texto: La Vida Después De La Vida de Horacio Vargas 1994.
Fotos: Archivo personal.
1 comentario:
Nostalgia, de escuchar su risa loca y sentir junto a mi boca como un fuego, su respiración.... bueo, ya quisiéraos que volviera una pareja así, pero me temo que ya nunca volverán...una pena, mientras Fito se entretiene con atrizuchas que se hacen llamar modelos también..... comprando amor y cargando hijos, pagando pensiones, manteniendo actrices. Qué romántico, igualito que lo de la Roth.
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