
"Circo Beat" concierto de cierre del espectáculo de Fito Páez acompañado por Gabriel Carámbula (guitarra) Guillermo Vadalá (bajo Pomo (batería) Laura Vázquez (teclados voz) Adriana Gandini (teclados) y Claudia Puyó (coros). Invitados: Andrés Calamaro Ariel Roth y el cuarteto de Néstor Marconi. Teloneros: Liliana Herrero Los Tres Actitud María Marta y Fabiana Cantilo. En River.
Fue una noche en la que algunas cosas quedaron grandes. El calor. El estadio. El viento.
Todo frente a un escenario inmenso -seguramente el más grande en la historia del rock nacional- en cuyas paredes de telas se alzaba una ciudad invadida por los monos.
Pero volvamos a las inmensidades de un sábado atípico.
Primero fue el calor. Unos cuarenta grados de sensación térmica que en el cemento de River parecían multiplicarse para la última función del "Circo Beat" para la que el dueño de la carpa Fito Páez convocó -el orden va de calor infernal a fuerte viento- a Liliana Herrero Los Tres Actitud María Marta y Fabiana Cantilo.
El estadio también quedó grande. Primero llamó la atención la ubicación del escenario: en lugar de estar contra un arco -es lo más usual- se ubicó en el centro de la cancha de frente a la extensa platea San Martín.
¿Tamaño o cantidad?
Puede haber dos razones para ello: las medidas del escenario o la poca demanda de entradas.
Lo concreto es que River quedó demasiado extenso. Sólo se habilitó la mitad del estadio y allí dijeron presente unas 20.000 personas. Cantidad insuficiente para semejante infraestrucutura. Como sugirió alguien en el césped: "Podía haberlo hecho en Atlanta".
Pero hubo otra inmensidad: el viento que a las 22 cuando subió Fito Páez era realmente poderoso. Y la gente -muchos desprevenidos en remera o musculosa- lucía una piel de gallina que nacía entre la emoción por ver al ídolo en escena y la acción climática.
Un ejemplo de la fuerza del viento: Cantilo debió actuar con las luces encendidas para que técnicos y asistentes pudieran trepar a las estructuras y darle una vuelta más a las tuercas que sostienen a las luces. Para evitar que se volaran.
Y ese mismo movimiento de la atmósfera perjudicó al sonido regulado como para una noche tranquila.
"11 y 6"
Muchos chicos con sus padres y parejas muy jóvenes -15 16 años- que parecían festejar el día de la primavera fueron los principales protagonistas frente al escenario.
Rockeros no se vieron. O mejor dicho aquellos que asisten regularmente a un concierto de rock. Tal vez porque no creen que Páez esté dispuesto a cantar "en un subte" como afirma en su último disco o porque ya no los convence -aunque Fito lo hace- eso de comprometerse con la realidad como sucedió el sábado: "Hay gente que no entiende que ya no se puede ser autoritario. Se acabó. Se acabó".
El recital comienza con la introducción que da la bienvenida al "Circo Beat" que le abrió paso a "Mariposa tecknicolor". todos corren gritan bailan. Y Fito no da respiro: sigue con "El amor después del amor".
Y el primer cambio de clima -no el meteorológico el otro- llega con la hermosa melodía de "11 y 6" para regresar muy pronto al ritmito pop.
Los chicos están bien. Conocen todos los temas de un show que varió en el tamaño pero no en el contenido si recordamos las funciones en el Opera.
Pero la sensación que queda es que no importa demasiado lo que se diga como el compromiso que asumió Páez en sus comienzos allá por 1983 le hubiese dado lugar a las necesidades de la época. Que todo sea monumental y exitoso. El contenido puede quedar en otro plano.
"Un vestido y un amor" "Polaroid de locura ordinaria" "Ciudad de pobres corazones" "A rodar mi vida" (con Calamaro y Roth como invitados) y "Alegría a mi corazón" (con la Cantilo) no hacen más que mostrar su creatividad.
También se animó al tango con "Los mareados" acompañado por el cuarteto de Néstor Marconi. Pero ése no es su fuerte. Y lo empezó dos veces.
Páez cerró el año con una función que tal vez le lleve a cambiar algunas pretensiones.
Daniel Amiano
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