
Por Fito Páez
Salvando distancias y quitando obvias metáforas misóginas, creo que en primera instancia sería algo parecido a lo que sintió Gregorio Samsa, ya saben, en La metamorfosis de Franz K. Quiero creer que poco a poco me iría haciendo a la idea y comenzaría a pensar que –salvo los días de regla– tan mal no está. Por supuesto que me surgirían mil cosas diferentes para averiguar, pero creo que lo básico, lo más importante afortunadamente ya lo aprendí: que ninguna mujer tiene dueño.
Mis primeros pasos se dirigirían al armario femenino más cercano para calzarme los tacos más altos y ver cómo es el mundo desde ahí, desde ese cambio de postura y de altura (aunque ahora que me acuerdo, alguna experiencia tengo al respecto porque me he probado tacos en más de una oportunidad...). Para hacerme el hombre, me pintaría barba y bigotes que combinaran con un rimel livianito, lo suficiente para no perder el estilo durante el día. Labios poco, porque los tengo naturalmente muy coloridos.
Dada mi clara y definida tendencia hétero, elegiría a una mujer para probar por fin qué es el lesbianismo, después a un hombre para experimentar la diferencia y, posteriormente, lo lógico sería un trío para el paroxismo total. Más allá de estas fantasías, debo decir que a mí no me importa demasiado si tenés pito, concha, teta, culo. A fin de cuentas, solo se trata de agujeritos y protuberancias. De modo que: vivan las mujeres, los hombres, las drags, los putos, los travestidos, las lesbianas, los reprimidos y las reprimidas, los y las que no saben cómo llamarse, los de quíntuple sexo... En resumen, ¡viva la vida, carajo!.
FUENTE: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/las12/13-4083-2008-04-25.html
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